martes, 7 de noviembre de 2017

LAGO KAKURU, KENIA

Llegan con los estertores de la primavera para quedarse unos meses en este lago de Kenia encajado entre verdes praderas, acantilados escarpados y acacias solitarias. Dos millones de flamencos rosados (la mitad de la población mundial) se acercan a las aguas carbonatadas y poco profundas del Nakuru hasta llegar cubrirlo con un manto fluorescente. Una imagen que es un privilegio para los amantes de la naturaleza en estado puro, sin domesticar, tal y como retratan los documentales. No en vano ha sido considerado “uno de los espectáculos más sobrecogedores del mundo".

Asistir a esta escena es entrar en contacto con el lado más salvaje de la vida en el que tal vez sea el parque nacional de Kenia más indicado para ir en familia. La lujosa infraestructura de resorts que se dispersa por sus alrededores es una buena razón para creerlo así, aunque más peso tiene el hecho de tratarse de uno de los pocos rincones de la indómita sabana en que a los viajeros se les permite descender del coche para contemplar la fauna de cerca. Y esto, claro, emociona tanto a niños como a mayores.

Pelícanos y flamencos en el lago Nakuru. 

Emplazado en pleno Valle del Rift, esa cicatriz que se extiende a lo largo de miles de kilómetros por el continente negro, el lago Nakuru es el resultado de un depósito volcánico cuyas aguas, de fuerte alcalinidad, desarrollan las microscópicas algas verdeazuladas, todo un imán para los hambrientos flamencos que se apelotonan en sus orillas.

El mejor momento para contemplarlos, para asistir a esta bella función, es en las horas del crepúsculo, cuando el sol proyecta un resplandor cálido sobre las aguas teñidas de rosa. Hay quien prefiere admirarlo desde las alturas, en el acantilado de los Papiones, donde se vierte la panorámica del parque. Pero la mayoría optará por contemplar de cerca el inigualable despliegue de gracia que regalan estas coloridas aves.

Rinoceronte blanco en el lago Nakuru.

Conviene seguir unos sencillos pasos para que la experiencia resulte perfecta: aproximarse sigilosamente, en silencio, y procurar no interrumpir esa concienzuda actividad que consiste en devorar las algas (llegan a consumir hasta 250 toneladas por hectárea). Así ellos permanecerán apretujados, impasibles, como sumidos en un dulce letargo. Pero de pronto, por cualquier despiste, uno solo alzará el vuelo y le secundarán cientos de ejemplares en una escena inolvidable.

Los flamencos son tal vez los más fotogénicos, pero no los únicos especímenes que pueblan el lago. Junto a ellos, pelícanos blancos, cigüeñas de pico amarillo, ibis, grullas... y marabús deseosos de darse un festín nadan entre sus aguas. Fuera de ellas, el parque también anda bien sobrado de animales salvajes. Gacelas Thompson ocultas entre los bosques de euforbiajabalíes verrugosos con su cola erguida y sus andares cómicos y sobre todo búfalos, que para eso es el ejemplar más censado. También babuinos jugueteando sobre el césped, cobos de agua, jirafas… y rinocerontes blancos a los que se puede contemplar de cerca a una distancia prudencial, apurando la siesta o campando a sus anchas, mientras pastan ajenos a la presencia humana.

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